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Respetar a los niños no significa consentirles todo

Profundizando  en lo que deberíamos entender como CRIANZA RESPETUOSA, en la violencia hacia los niños, en las consecuencias de los azotes y sobre todo, en la forma en la que podemos ayudar a nuestros hijos para que crezcan como personas libres, conscientes y pacíficas

Entrevista a Ramón Soler, psicólogo y terapeuta , especialista en autismo e hipnosis clínica, y experto en Terapia Regresiva Reconstructiva. Está especializado en psicología infantil y perinatal y llegó a ello al comprobar que la mayoría de los problemas de sus pacientes provienen de esa etapa.

¿Cómo definirías la crianza respetuosa?

Se podría definir como un acompañamiento que atienda al propio desarrollo evolutivo de cada niño, confiando en el proceso interno de regulación de cada persona y respetando, sin forzar o condicionar, sus tiempos madurativos.

Es una definición que comparto, pero se que muchos padres consideran que esto que se viene a llamar crianza natural o respetuosa tiene sus riesgos, pues los niños se terminan convirtiendo en seres caprichosos y sin límites. ¿La crianza respetuosa implica consentir a los niños?

Es un error muy frecuente pensar que respetar a los niños significa consentirles todo. Muchas personas han sufrido infancias restrictivas con padres muy autoritarios y no quieren que sus hijos vivan lo mismo que vivieron ellos, anhelan la libertad de la que carecieron en la infancia y, por ello, reniegan de cualquier cosa que se parezca a un límite y permiten que sus hijos hagan todo lo que quieran.

Tanto una opción como la otra, son igualmente desestabilizadoras para los niños.

Muchos padres viven la crianza de sus hijos con miedo a marcar límites y, con ello, lo que consiguen es no proporcionar un entorno seguro y adaptado a sus necesidades donde el niño pueda desarrollarse plenamente.

¿Qué quieres decir cuando hablas de límites?

Cuando hablo de límites, me refiero a límites físicos, pero, sobre todo, a límites emocionales que les permitan definirse ellos mismos y, también, entender que hay otros niños con necesidades y derechos iguales que los suyos.

Entiendo, pero dime, ¿cómo podemos acompañar los padres al niño en su proceso de enfrentarse y entender los límites?

En primer lugar, debemos entender que la vida tiene límites. Hay unos límites físicos (no podemos atravesar paredes, ni volar) y, también, en nuestra sociedad, tenemos unos límites morales (no podemos robar lo que nos apetezca de una tienda o pegar a alguien cuando no piense como nosotros).

Educar a un niño significa mostrarle estos límites y, también, proporcionarle herramientas para poder asumirlos de manera sana y sin frustración.

Pero, Ramón, lo de hablar de límites muchas veces se malinterpreta y los padres o la sociedad consideran que limitar es hacer que los niños obedezcan o que se adapten a nuestros deseos o a las convenciones arbitrarias adultas sin entender muchas cosas naturales en la infancia.

Los límites no son algo caprichoso ni arbitrario, sino que tratan de darle al niño una referencia de lo que es el mundo, de lo que es seguro y lo que no.

Con toda probabilidad, muchos de nosotros hemos crecido entre límites demasiado estrictos y absurdos que respondían al arbitrio de nuestros padres o profesores. Seguro que esas restricciones provenían de sus propios traumas y frustraciones, derivadas, a su vez, de los patrones educativos que ellos mismos recibieron.

Nuestra experiencia infantil con esos límites, puede hacer que, cuando seamos padres, recelemos de poner límites, pero debemos entender que los niños necesitan que les enseñemos unos límites coherentes para poder vivir en sociedad.

La vida es dura a veces y si les damos todo no van a estar preparados para ella, consideran muchas personas, que procuran que obediencia y frustración actuén para modelar y endurecer al niño. ¿Tu crees que hay que preparar a los niños para la dureza de la vida endureciéndolos con privaciones emocionales o castigos?

Depende de qué tipo de sociedad pretendamos. Sabemos que la violencia engendra más violencia y está demostrado que los niños maltratados son más violentos en el colegio que los que no lo han sido. Cuando esos niños sean adultos, serán agresivos con sus hijos, en su trabajo y en sus relaciones.

La sociedad es un reflejo de los individuos que la componen y, si las personas son violentas, tendremos una sociedad violenta. Si deseamos una sociedad más justa y pacífica, debemos romper con esa violencia retroalimentada generación tras generación. Sé que es difícil romper con esa inercia, pero debemos educar a los niños en el RESPETO, la EMPATÍA y el DIÁLOGO.

Dices que para una sociedad violenta nace de que las personas son violentas, pero, dime, ¿dónde está el origen de la violencia en la sociedad?

Nos puede dar la sensación de que vivimos en un mundo violento y que no podemos hacer nada porque es lo que hemos conocido desde siempre. Pero, si profundizamos un poco, veremos que el origen de la violencia se encuentra dentro de casa, en los maltratos, los insultos, las vejaciones y los abandonos que sufren muchos niños de puertas para adentro.

Esos niños arrastrarán consigo la semilla de la violencia por todo lo que sufrieron en su infancia y, cuando sean adultos, repetirán esos mismos patrones donde quiera que vayan.

La sociedad nos puede parecer un concepto abstracto, pero está formada por cada uno de nosotros. Cada uno contribuye a la sociedad con sus ACTITUDES y su PERSONALIDAD. Si nosotros somos violentos, la sociedad será violenta. Si multiplicamos lo que comentaba anteriormente por cientos o miles de millones de personas en todo el mundo, entenderemos el por qué de la violencia en nuestra sociedad.

Pero, entonces, quieres decir que los padres reproducen la violencia que sufrieron, ¿verdad?

Efectivamente. Todos los actos de violencia que recibimos en la infancia, no sólo los azotes, sino también los insultos, las miradas opresivas, las vejaciones y los abandonos, quedan guardados en nuestro interior. Seamos conscientes o no, cargamos con esa violencia.

Quizás, nuestra parte racional la pueda mantener a raya, pero en momentos de tensión o de cansancio extremo, ese control falla y nos aparecen las mismas actitudes que vivimos en nuestra infancia: un mal gesto, un grito o un azote. Para muchas personas, esa educación violenta supone el único modelo que vieron en su infancia y, por eso, al ser padres, repiten con sus hijos lo mismo que ellos sufrieron por parte de sus padres.

Es necesario ser consciente de todos los lastres emocionales con los que nos hemos ido cargando a lo largo de la vida para poder desprogramar los patrones violentos y sustituirlos por otros mucho más sanos para nosotros y para los demás.

La educación de los hijos supone una oportunidad para hacer este trabajo, si estamos atentos a lo que nos provoca que reaccionemos de manera violenta. Y si la situación nos supera, yo recomiendo buscar una ayuda externa y profesional para que nos acompañe en ese proceso de autoconocimiento y liberación. Fuente: Bebesymas

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